ABUELO
Cicatrices que son medallas. Galones conseguidos en vida, por sudor y esfuerzo derramados. Vidas de distinto rango y posición; todas ellas marcadas bajo el impasible sello del tiempo. Una rueda de fotogramas con final incierto, donde en éste preciso momento, bastón en mano y visera de licra, él y solamente él, es el guardián de su ser.
Guía su merecido camino aceptando más derrotas que victorias, más penas que alegrías; rogando a un Dios, divino o pagano, volver a ver un nuevo día.
Caminando a ritmo lento, dejándose llevar por el tiempo, que atesora, y más en estos momentos, donde cercano ve el giro que da la vía, contempla sentando en su banco, el alba de la mañana, la flor que crece a su izquierda, el umbral del mediodía.
Ansía que en poco tiempo, más breve que largo sería, alguien se acerque a su regazo y le regale un pedazo de vida.
Hablando, riendo o haciendo mil malabares, ruega su corazón por alguien, para calmar sus pesares. Sin embargo, cuál niño caído al suelo, una lágrima derrama hoy el abuelo.
¡Añora hijos, nietos, un mundo entero! Sangre mutua donde un día derramó sentimientos. Corazón y medio de amor y otro medio de lamento, por aquellos tropiezos que encontramos a momentos.
Momentos que desde su banco, sigue añorando el abuelo. Mientras derrama migajas de pan a sus fieles palomas; éstas afirman con sí automático, un amor de consuelo.
Pero “abuelo” que es tan bueno, y nunca falta a su cita, bolsa en mano, pan añejo; mañana volverá de nuevo, confiando y esperando, que detrás del viejo banco, un nieto ofrezca un abrazo y quizás un nuevo día.
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