ESTRELLAS EN LA TIERRA

Una clara noche estival sin nubes, ni atisbo de que éstas asomen en la lejanía del horizonte; tumbado sobre el césped seco de la dehesa, mientras las briznas de hierba crujen con cada ligero movimiento; observaba con la mirada fija, la pequeña porción del amplio firmamento que alcanzaba vislumbrar, disfrutando del fulgor de cada estrella. 


A simple vista parecen ser todas exactamente iguales. Copias gemelas del mismo fragmento de ADN estelar de origen, pero aguzando la vista, puedes descubrir que cada una tiene su propia esencia, brillo y hasta un peculiar titilar que las hacen únicas.


Observándolas, siempre imagino poder volar en la dirección de aquella que considero más brillante, sentado al mando de una nave que devora distancia a años luz. ¡Cuántos seres humanos habremos soñado algo similar, con tal de evadirnos durante un fragmento de la realidad! 


Poder disfrutar del espacio, de la soledad flotante y reconfortante que debe abarcar la oscura nada, en dirección a un misterioso destino. Un territorio virgen donde el bien y el mal no existen, o al menos es desconocido; donde la adrenalina coge de la mano y tira de cabeza y corazón para explorar desde la primera pisada un inquietante y a la vez adictivo lugar. 


De repente, vuelvo de mi estado de semiinconsciencia y… parpadeando lentamente, aquellos lejanos puntitos vuelven a aparecer en mis pupilas y me pregunto antes de levantarme y retomar el regreso a casa: ¿Por qué buscar y soñar con ellas teniendo un ejército en nuestro planeta? Algunas las vemos brillar, otras tantas apagarse lentamente, pero nunca valoramos suficientemente lo que cada una pueda ofrecer. 


Buscamos en la “nada”lo que podría ser encontrado en el “todo”, si somos duchos en el arte de observar. Nos volvemos expertos navegantes de la galaxia, cuando, buscando detenidamente, hay estrellas a la vuelta de la esquina. Sólo hay que elegir la más adecuada y acorde a ti.

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