HOJAS AL VIENTO

 Acercándose a la herrumbrosa valla que abrazaba a distancia la vieja mansión del bosque, se detuvo al alba hundiendo los pies en la fresca maleza otoñal, de donde emanaba el fresco olor que anunciaba la presencia de hongos. 


Contempló, con la serenidad de un hombre cuyas arrugas delataban estar curtido de incontables experiencias vividas, cómo el paisaje circundante había sido transformado artificialmente, dejando paso a un vasto conglomerado de fábricas que asomaban imponentes a sólo un paso del filo donde el bosque se rendía sin voz ni voto al mundo industrializado.


Anduvo acariciando los troncos de los árboles, con los que tanto había jugado en su niñez. Aquellos que le permitían zigzaguear, correr, inventar mil juegos por segundo. Profesores inertes de la vida, donde el aprendizaje era sencillo y puro. Donde el aire sólo estaba viciado de amor y caricias. Era poco probable que sus sueños se truncaran, pues la única preocupación era penetrar en la vieja casa, construir una cabaña o huir de los astutos conejos y demás animales e insectos que habitaban y se unían en muchas ocasiones a su juego. 


Se acercó un poco más a la salida del bosque mientras estos alegres pensamientos copaban su mente, cuando éstos empezaron de pronto a difuminarse cuál “esfumato”de Da Vinci. 


Una sensación de intranquilidad se apoderó de él. Los demonios a cielo abierto taladraron su alma bajo las figuras que presenciaba delante suyo. 


Enormes chimeneas con lenguas de humo inundaban el ambiente dibujando una neblina blanca que bien podría recordar a la época del Londres Victoriano.


Echando un vistazo a su espalda, escuchó el sonido de un viento melancólico, triste, enfermizo; que zarandeaba las ramas al ritmo de una marcha fúnebre, oscilando lentamente de lado a lado, quizás resignadas esperando pronto su final en la próxima tala, quizás añorando tiempos que otrora fueran sencillos, felices, de quietud y silencios rotos únicamente por el estruendo de la risa.

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