LA LARGA MARCHA

 Cualquier corredor que se precie y haya recorrido una distancia considerable alguna vez desafiando sus propios límites físicos y mentales, conoce de buena tinta que el fin es meritorio y reconfortante una vez que has vuelto a levantarte en cada kilómetro donde las piernas no funcionaban, o la cabeza pedía a gritos un punto y final prematuro. 

Carreras que en vida se asemejan al devenir de un oficio; donde el trabajo bien hecho deja mella y en ocasiones necesitas un gel energético en forma de confianza y cariño. 


¿Cuántos kilómetros de soledad hacen falta para alcanzar el fallo muscular y orgánico? No es óbice el agotamiento extremo en un lugar, si la motivación, compañía y fin es adecuado.


Entrenadores que prometen podios bajo el yugo de esfuerzos titánicos, no preguntan ni empatizan si el dolor es aguantable o hay ampollas, heridas varias o sólo necesidad de un abrazo. 


Heridas que a la larga hieren mentes, creando bucles de pensamiento incierto, callejones sin salida que adormecen hasta quedar inertes.


Hay equipos de oro, plata o bronce, que no llegan al diploma por saturación, desgaste o inquina. Corredores que sostienen con flaqueza ya en sus tibias, el peso de un cuerpo humano, que de pies a cabeza aguanta, las horas hasta la meta pero si necesita agua y solo recibe tormenta, llega al final, desfallece y sus ilusiones merman. 


Mañana hay nuevo entreno, con más agujetas y vendas. 

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